Lo que el doctorado y el Covid me han enseñado

Supongo que todos, a estas alturas de la historia, conocéis a alguien que ha pasado el Covid o lo está pasando ahora. Familiares, amigos, compañeros de clase, amigos de amigos... O tu mismo.

Recuerdo como si fuera ayer que hace un año estábamos confinados en casa, con la incertidumbre de saber hasta dónde llegaría todo esto. Hoy aún no lo sabemos, al parecer, porque seguimos repitiendo los mismos errores. Pero esa es otra historia.

Miro hacia atrás y me puedo ver a mi misma en un periodo muy oscuro. Os cuento. Hace un año hacía muy poco que AL FIN había obtenido una beca predoctoral, después de dos años intentando con todas las becas posibles. Las que preguntes, me las sabía todas y había solicitado cada una de ellas. En fin, hacía medio año que conseguí la beca y había planeado para 2020 una estancia en Harvard, algunos viajes de investigación y un montón de cosas. 2020 iba a ser mi año, como supongo que iba a ser el año de muchas personas más.

Pues allí estaba yo, mirando cómo aquel año fantástico se iba alejando cada vez más. Los muertos y los contagios subían, casi proporcionalmente a la tristeza que cada vez más se agrandaba en mi interior. Tantos años de trabajo desde el grado, luego el máster para poder optar a una beca y poder realizar una investigación bonita... y ahora ni sabía si iba a acabar el doctorado sin restricciones por el Covid. A todo esto, era mi segundo año. El tiempo no para.

En algún punto pasé el punto de no retorno y la depresión se apoderó de los días. Encerrada, apática, negando cualquier realidad que me relacionara con la tesis. Volví a los juegos MMO que había dejado al empezar la universidad. Realmente no había nada más que hacer que jugar partidas de a lo mejor 12 o 14 horas seguidas al Star Wars the Old Republic. Si, a ese nivel de negación estaba. Conocí a gente increíble de varias partes del mundo en el juego, las risas con ellos me alegraban el día y aún a día de hoy seguimos en contacto (aunque ya no juego).

Algunos me dirán ¿y por qué no aprovechaste el tiempo para avanzar con la tesis? Pues la respuesta más sencilla es otra pregunta: "¿y cómo se supone que puedo hacer tesis si recordar todo lo que he perdido este año me duele tanto? Tanto que me ha hecho odiarla".

El confinamiento pasó, pero ese año en cuestión de viajes se había perdido. Quedaba rehacer el plan y tener otro de backup por si acaso, ya que "con esto nunca se sabe". Pero mi hastío por la tesis y una profunda depresión me impedían siquiera abrir la carpeta "Tesis" que está en el centro de mi escritorio. En otras palabras, para mi no existía. Aún así, la voz de la conciencia me decía que ya estaba empezando el tercer año, que el tiempo se va y que no estaba avanzando lo que debería. La tesis no está en el punto que debería. Así que poco a poco me fui obligando a hacer tareas que la hicieran avanzar.

Después del verano el husband empezó a viajar cada vez más por trabajo, así que yo lo acompañaba para visitar bibliotecas, eso me animaba muchísimo, pero toda esa fijación en el lado negativo de las cosas seguía allí y había días que no podía levantarme del sofá. Todo era pesimismo.

Año nuevo, vida nueva. El año nuevo me propuse enfocarme más en lo positivo y centrarme en la tesis. Lo estaba consiguiendo, aunque tenía un montón de cosas que hacer, en jerga de los juegos online diría IRL (in real life, haciendo referencia a tareas cotidianas) y no pude avanzar como tenía planeado.

Hasta que me tocó. No olvidaré nunca ese lunes cuando estaba escribiendo un mail diciendo "durante la semana lo reviso y te digo" cuando todo el cuerpo me empezó a doler, la cabeza se me iba apagando por momentos y sentía como si un resfriado se apoderaba de mi. Era 100% seguro que sería Covid, puesto que otros en casa dieron positivo sólo días antes. Esa misma tarde ya estaba en cama durmiendo. Era increíble, el día anterior estaba perfectamente. Esa semana me controlé la temperatura, la saturación, bebí muchos líquidos y comí lo que pude, ya que no tenía apetito. Pero hacia el día 7 la tos iba en aumento y fue la primera vez que fui a urgencias (por recomendación del 112, que había llamado previamente). Con los ataques de tos, cada vez más frecuentes, venían unos pocos segundos donde me costaba recuperar el aliento y me habían dicho que vigilase la fiebre y la sensación de falta de aire. Así que yo, toda reina del drama, me pasé varias horas en urgencias (en el área de Covid positivo) esperando a que me hicieran una radiografía.

Según la prueba, mis pulmones estaban bien y el médico dijo que era algo normal en la enfermedad. Qué queréis que os diga, toser y no poder respirar teniendo los pulmones bien no me acababa de cuadrar, pero bueno, quién soy yo para autodiagnosticarme. Así que volví a casa con todo y tos, falta de aliento, dolor de todo, sueño y ganas de dormir hasta que la enfermedad pasara. Pero la cosa iba a peor, los segundos que tardaba en recuperar el aliento se iban alargando, la fiebre subiendo y la saturación bajando. El martes no aguantaba más y volví a urgencias y esta vez la radiografía decía que tenía neumonía en los dos pulmones y que me tenían que ingresar por si necesitaba oxígeno.

Yo ya me esperaba algo así, de hecho, llevaba conmigo la "mochila de ingreso" con cosas básicas que necesitaría. De camino al hospital nuevo, el tan infame "Isabel Zendal" de repente caí en que, tras un año de intentar esquivarlo, estaba enferma con Covid y tenía neumonía siendo joven y sin patologías previas. WTF se supone que no tendría que ser así. ¿Y si acabo poniéndome peor?. Muchos sentimientos se mezclaron esos días. El miedo por el futuro inmediato, la ira por haberme contagiado trabajando en casa y sin salir, la tesis, que estaba atrasada... Más días de atraso...

Pero algo hizo click en mi cabeza cuando al tercer día de tratamiento no sentía mejoría y me veía con un cable de oxígeno que me ataba a la pared. Viendo a diario cuando a varias de mis compañeras se las llevaban a otra sala para gente más grave... Otras súper contentas por poder desconectarse de la pared o incluso irse a casa... De repente mi yo de hace un año, deprimida y apática y mi yo de ahora estaban juntas representando cómo me había tomado la vida en general el último año.

Había abandonado mi salud mental por no permitirme el tiempo de llorar por lo que necesitaba llorar, tener un tiempo de duelo por todo lo que había perdido. Pero después volver a centrarme en el lado positivo de todo. Tenía una beca, no tenía que preocuparme por el dinero como tantos muchos otros que estaban en el paro o en ERTE. Podía dedicarme a lo que me gustaba, que es investigar, a tiempo completo por primera vez en mi vida... Fui consciente también de que había abandonado los hábitos saludables que había practicado antes del confinamiento y nada mas salir de él... Y caí en la cuenta de que fui una gilipollas integral.

Todas las emociones y situaciones en la vida son necesarias para que aprendamos lecciones. La mía fue recordar que hay que centrarse en el lado positivo de cualquier adversidad o traspiés que podamos tener. Que necesitamos nuestro tiempo para gestionar las emociones, enfrentarlas, en vez de ignorarlas y dejar que se desordenen tanto que sea imposible de manejar. Pero sobre todo, aprender a quererse uno mismo. Darse el tiempo que uno necesita para hacer las cosas que nos haga sentirnos bien con nosotros mismos.

En mi caso, antes que la tesis, fue volver a cuidar mi alimentación y el volver a disfrutar de las caminatas con mi perro. Cuidar de mi cuerpo que es el que me va a sostener y a luchar por mi cuando yo no pueda. Mi cabeza, que hace que todo funcione como debe... Eso es lo más importante, no la tesis. Reconecté con mi yo más básico, si, en una cama de hospital. Siempre viene bien un toque de atención.

La tesis vino sola después, cuando logré encontrarme feliz conmigo misma al volver a casa. No he sido más productiva ni me ha cundido tanto el día como hasta ahora. Estar bien con nosotros mismos es básico para que todo lo demás venga solo. También enfrentamos cualquier adversidad con otros ojos.

Compi doctorando, estudiante, trabajador, en fin... Lector... Lo mejor que me ha enseñado el covid ha sido que no hay mayor bien en tu vida que el estar sano, no sólo físicamente, sino que haya una armonía y paz mental para poder afrontar cualquier cosa que se nos presente y mantenernos firmes.

Para mi el covid fue un fastidio, pero me dio la bofetada que me hacía falta para abrir los ojos, respirar y seguir.

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